Tengo el corazón desgastado, gélido, herido, flaco, desde que me desprendí de él...
Aquel mal(ben)dito día se lo entregué, envuelto en papel de seda y en optimo estado, pensando que el receptor lo cuidaría con sumo cariño, guardándole entre algodones para que no se magullara y cuidara cada detalle, como me prometió...
Pero esa promesa duró lo mismo que duran mis bragas en una noche de desenfreno y pasión... arrancó sin piedad ese papel de seda con el que, cuidadosamente, yo lo había envuelto para cuidar su sensible textura y se dedicó a jugar con él sin pensar en el daño que le estaba causando, lo pisó, lo escupió y tal vez, de vez en cuando lo acariciaba levemente, quizá para que no terminara de morir por completo, y así poder seguir más tiempo con esa tortura...
A día de hoy, aun no lo he recuperado, pero de vez en cuando ese corazón asoma su frágil cuerpo para recordarme que aun sigue vivo, que está muy débil, que ya apenas siente nada, que será muy complicado que vuelva a fiarse de otras manos ajenas, pero que con un poco de suerte y empeño puede volver a las mías de nuevo y que para ello, tan sólo tengo que mentalizarme de que lo entregué a la persona equivocada...